02 febrero 2016

Pan de San Blas


Introducción


Dos de febrero la Candelaria, al día siguiente San Blas y dos días después Santa Águeda. Son fechas señaladas en el folklore de la Península Ibérica y en todo occidente, relacionadas con el final del invierno que preludian el renacer de la vida en el campo y la Iglesia se encargó de transformar en fiestas del santoral cristiano. Como no hay fiesta que escape a celebración con comida estas no podían ser menos.

A propósito de esto queremos recordar el Pan de San Blas, que no surte efecto si no se reparte.

Cuenta la tradición que el armenio San Blas allá por el s. IV libró a un niño de la muerte cuando se ahogaba por haberse tragado una espina. Lo cierto es que el personaje era médico -además de obispo y morir mártir-, y es posible que supiese extraer la espina de la garganta del niño y recetarle algunos remedios para bajarle la infección y la fiebre. Como los males de garganta eran y son tan frecuentes especialmente en los niños y sin penicilina había que confiar mucho en los milagros, su popularidad se extendió rápidamente tanto en la iglesia de Oriente como en la de Occidente. 

Bien, todo esto viene a colación porque para el día de San Blas se prepara el pan que lleva su nombre, una especie de bollo bastante similar a la mona o fogaseta, que se reparte entre familiares y amigos a fin de que obre el milagro de librar de infecciones de garganta a quien lo come tras rezar un padrenuestro, y siempre que haya sido bendecido antes en la misa que se celebra en honor de San Blas. Todo este ritual supersticioso ya se va olvidando y en ciertas casas lo que perdura es la costumbre de hacer el pan de San Blas y repartirlo entre los allegados. 

En nuestra casa no se hizo nunca el Pan de San Blas, pero sí recordamos que alguna vez  nos acercó nuestra tía Asunción la ciega hasta la puerta de la iglesia donde alguna amiga de la familia había llevado a bendecir el pan y quería obsequiarnos con un trocito para librarnos del catarro invernal. Lo recordamos como un bollo muy soso, esa es la verdad, muy poco apetitoso, pero es cierto que con un sólo bocado era difícil apreciar sus características.

Si la recogemos aquí es para evitar que esta receta antigua acabe en el olvido.

Por si alguien se anima a hacer el Pan de San Blas, ahí va la receta que nos ha pasado la madre de una amiga.
Ingredientes
  • 500 gr. de harina de fuerza.
  • 1 dl. de aceite de oliva.
  • 150 ml. de leche entera.
  • 50 gr. de levadura fresca.
  • 1/2 cucharadita de las de postre de sal.
  • 4 yemas de huevo.
  • 150 gr. de azúcar para la masa y 50 gr. más para espolvorear los bollos.
  • la corteza rallada de un limón.
Preparación


Entibiar la leche y deshacer en ella la levadura.

Separar las yemas de las claras, reservando al menos una de las últimas para pincelar antes de meter al horno los bollos.

En un recipiente amplio para amasar poner las yemas, el aceite, la ralladura de limón y el azúcar y mezclar bien con ayuda de un batidor o tenedor. A continuación añadir la leche con la levadura. Una vez mezclado todo ello verter la harina y la sal y amasar hasta conseguir una pasta homogénea y compacta que permita formar unas bolas de 5 cm. de diámetro más o menos. Dejar reposar la masa unos 10 minutos.

Volver a amasar un poco y depositar las bolitas, separadas entre sí para que no se pequen al crecer, en una bandeja de horno forrada de papel sulfurizado y mantener un buen rato a 50º para que leven y aumenten su tamaño. 

Cuando ya han alcanzado el levado adecuado aumentando su volumen inicial al menos en un tercio, pincelar con la clara y espolvorear con un poco de azúcar. Elevar la temperatura del horno a 180º y cocer hasta que se doran, 12-15 minutos más o menos.
Otros detalles


Si se usan amasadoras o panificadoras, siguiendo las instrucciones de esos aparatos se hacen mucho más fácilmente.

Variantes del plato

Con aceite calentado previamente al que se ha añadido una cucharada de anises o matalahúva también es muy frecuente.

Hay quien sustituye la leche por zumo de naranja y la ralladura de limón por la de naranja en menor cantidad para que no amargue demasiado.

En los últimos años, por imitación del roscón de reyes, también se le añade una cucharada de agua de azahar.


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